Wednesday, June 14, 2006

el efecto del desorden


No queríamos recurrir a fundamentaciones semántico-contextuales pero las circunstancias nos lo imponen como la cruz al Cristo, como la diosa blanca al Diego, como la sintonía a Don Francisco. La escasa prensa que tuvo la suerte de cubrir la fiesta del sábado pasado alabó la seguridad del evento, su precisión organizativa, sus lemas bailables y la alta disponibilidad de estimulantes legales. Mencionó alguna publicación que no habían habido denuncias por pérdida de efectos personales. El desorden, lejos de atribuir la elección de palabras (efectos personales) a la tendencia de la prensa a caminar calles por comunes, saluda y agradece la redacción de aquella nota. El término efecto personal nos ha hecho recordar algo que no merece ser olvidado. La calificación de "efecto" a un cierto estado de cosas, hace necesaria la existencia de una causa. No hay hijo sin un padre, ni portaminas sin minas. Las significaciones de los términos causa y efecto son interdependientes. La pregunta obvia es: si los objetos personales son designados efectos, entonces, cuál es su causa. La respuesta tambíen es de perogrullo: uno mismo. Uno es efecto de ciertas causas (alguna cosmovisión se niega al total discernimiento de éstas) pero también causa de sus efectos.
En base a esta irrefutable premisa sostenemos que usted no puede pretender seguir luciendo su ropa y accesorios arguyendo que ellas no revelan los aspectos más relevantes de usted mismo. El llamado es simple y pretende ser memorizado: hágase cargo de lo que ocupa, del mismo modo que la ley lo hace responsable de los actos de sus hijos.
No sea tan prudente y comente qué efectos le hicieron despertar fundadas sospechas en relación a sus portadores, sus causas mismas.

Tuesday, April 25, 2006

UAB

El Código Civil supo ponerle punto final a una estéril, y, en opinión del desorden, indecorosa discusión de carácter epistemológico-lingüístico. Ya tienen que haber escuchado alguna vez a alguien preguntar o preguntarse en voz alta si es que las matemáticas SON un invento o un descubrimiento. La primera vez, tal vez se dijeron a sí mismos -quizás también en voz alta- "qué interesante, controvertible y hasta profunda interrogante me ha sido develada". Bueno, los que la volvieron a escuchar las veces suficientes, seguramente no quieren ver el asunto planteado ni en el cuaderno del hermano menor. La cuestión, como avisamos, fue resuelta en la década del cincuenta, pero del siglo 19, por el ilustradísimo y delicado Andrés Bello. En un artículo del ya referido código se regula a quién le corresponde legalmente la propiedad sobre los tesoros que se encuentran en terrenos ajenos (en el siglo 19 el sueño de encontrar el tesoro era algo casi tan usual como ahora lo es el de la casa propia). Cito al autor: " El hallazgo o invención..." Así de simple, de una santa vez por todas, seguramente ofuscado, por la irritante voz de algún ingenioso que le proponía centrar sus esfuerzos en la elucidación de la naturaleza -descubierta o creada- de las matemáticas por vigésima sexta vez, Andrés Bello terminó con una polémica particularmente molesta. Seguro que fue ésta la razón para equiparar el hallazgo de un tesoro -que es lo que nos resulta intuitivo- a su invención -extraña idea- y no la de avalar el comportamiento de los mitómanos que inventaban historias de sirenas y tesoros. El desorden recomienda guardar el dato en la punta de la pupila gustativa

Saturday, April 22, 2006

jotadepé